La cobertura mediática llevada a cabo por los medios de
comunicación occidentales (o quizás deberíamos decir universales) en torno a la
invasión ilegal de Estados Unidos sobre Irak, utilizando erróneamente
argumentos como el de la existencia de armas de destrucción masiva en los
arsenales ficticios de Saddam Hussein, supone hoy día un manual imprescindible
de la propaganda informativa de los grandes estructuras de comunicación para
legitimar acciones bélicas injustificadas emprendidas por conglomerados
político-capitalistas autodesignados como paladines de la libertad y la
democracia.
Ante
tamaño despropósito periodístico, algunos medios de referencia como The New
York Times llegaron a pedir disculpas a sus lectores por las mentiras
sistemáticas que habían estado vertiendo durante meses en sus páginas. Sin
embargo, ya era tarde. En nombre de una suerte de misión humanitaria para
rescatar al pueblo iraquí del yugo de la dictadura y de paso prevenir el sufrimiento del resto del
mundo ante las malévolas intenciones de Saddam, los medios de comunicación
internacionales se incrustaron en el aparato ideológico del sistema militar
estadounidense y suscitaron una opinión pública proclive a una guerra que ha sumido
a en la más absoluta ruina a todo un país, el cual carece de cualquier tipo de esperanza
en el futuro.
Los más
ingenuos llegaron a creer que esta desmesurada y consciente manipulación informativa
no se volvería a repetir, que debería marcar un precedente del cual aprender
para eludir futuras falsificaciones de los hechos. Nada más alejado de la
realidad. Los medios de comunicación occidentales funcionan como un bloque
homogéneo concebido para difundir una única e inequívoca versión de la realidad
que se adecue a los intereses del sistema del que forma parte.
La
guerra civil desatada en Siria desde hace ya más de un año supone el ejemplo
más actual de esta tendencia. Vendida como una prolongación natural de la primavera árabe, la radicalización del
bando opositor a Bashar el Asad ha sido caricaturizada por los medios como un
desarrollo justificado del descontento de la ciudadanía ante la inclemencia del
dictador alawita. Es decir, desde la perspectiva occidental, se ha legitimado
la sublevación de parte de la población siria contra un régimen autoritario
aunque legalmente establecido al considerar que esta ha obedecido a un impulso
legítimo de ansias de libertad y democracia.
No
obstante, y aunque esta visión maniquea de los hechos pueden significar para
muchos una teoría suficiente incluso para considerar urgente una intervención
militar exterior al estilo de la exitosa campaña
en Libia, conviene ahondar en el contexto en el que se produce esta súbita y cruenta
guerra civil. Aunque para el ciudadano medio contaminado por el entorno
comunicativo los rebeldes sirios (en otros contextos más cercanos serían
catalogados como terroristas) sean identificados con ciudadanos indignados ante
el anquilosamiento de la cúpula de poder, lo cierto es que se trata más bien de
un ejercito pertrechado por las monarquías dictatoriales del Golfo Pérsico y la
complacencia de EEUU e Israel, cuyos principios se hallan cuanto menos alejados
de los valores democráticos que Occidente parece atribuirles de forma cínica e
interesada sirviéndose del servilismo insultante de la ONU y su secretario
general.
Sorprende
la facilidad con la que los corresponsales de diferentes medios internacionales se han
incrustado en las filas del ejército rebelde, donde retratan a sus miembros con
una poca disimulada admiración por la abnegada lucha que mantienen contra el gobierno,
como si se tratasen de mártires islámicos de la corriente suní –wahabita financiados
en parte por grupos terroristas como Al Qaeda. Quizás es que son realmente eso,
mercenarios al servicio de Arabia Saudí, Qatar y el resto de regímenes
teocráticos sostenidos por las democracias occidentales, enviados a Siria para despejar
el terreno ante una eventual guerra contra Irán. No es casualidad, de hecho,
que la nación de Bashar al Asad sea el único aliado en la zona del régimen de
los ayatolás y un importante enclave geoestratégico para hostigar al estado de
Israel.
Para
sintetizar una situación extremadamente compleja, podríamos concluir que los
medios de comunicación occidentales están desempeñando una inestimable labor
propagandística al sembrar un estado de opinión pública favorable a un golpe de
estado violento y progresivo en Siria dirigido en la sombra por Estados Unidos
y sus aliados árabes con el objetivo de desarticular definitivamente el entramado
defensivo de Irán y la corriente islámica que representa, el chiismo. Entre las
grandes paradojas que hallamos en este escenario, destaca sobre el resto que
Occidente está apoyando la constitución de un ejército islamista radical en
Siria que sirve como polo de atracción a todos los terroristas (utilizando la
nomenclatura habitual) de la región para destronar al último tirano en perder
la complicidad de los abanderados de la democracia internacional.
Pues eso,
vamos a la guerra. Después llegarán las disculpas.
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