jueves, 19 de mayo de 2011

Entrevista a José Luís Sampedro; Movimiento 15-M

Antisistema


La organización social capitalista posee en sí misma una curiosa dinámica excluyente con todos aquellos ‘elementos’ que no comulguen con algunas de sus reconocidas bondades. Al fin y al cabo, ¿quién no desea consumir hasta que la mente sea una extensión neuronal del mundo publicitario que nos rodea?, ¿a quién no le gustaría experimentar esa incertidumbre ante la precariedad laboral de un mercado sujeto a crisis cíclicas?, ¿quién no disfruta sintiéndose engañado por especuladores, banqueros, políticos, empresarios y sindicalistas de nuevo cuño que te roban el futuro y hasta la esperanza? Sin duda, los antisistema.
            A pesar de lo abstracto del concepto, pues para conocer su contrario en primer lugar sería pertinente descifrar los límites del propio sistema, es paradójico hacer notar la caricaturización a la que se ha sometido a esta figura-modelo en el imaginario colectivo de la sociedad occidental. Pocos ciudadanos hallarían dificultades en esbozar al ‘antisistema’ como un ente cercano al ‘hippie’ pero con ciertas inclinaciones violentas y una perspectiva errónea y simplificada de la vida. Un simple agitador sin mayores metas en sus actos que el puro goce por provocar y atentar contra la armonía de la comunidad.
            Ante esta profusión desmedida de estereotipos cincelados durante décadas por el brazo ejecutivo del Sistema, es decir, la prensa; no nos resulta extraño corroborar la imputación automática de estos elementos discordes ante cualquier tipo de protesta más o menos legitimada democráticamente pero con un trasfondo ideológico inadmisible para el consenso estipulado por la sociedad (o por sus corifeos más aventajados).
            Las manifestaciones celebradas en la mayor parte de las capitales de provincias españolas (salvo excepciones como la de Toledo, donde fue prohibida por una clase política temerosa y autoritaria) el pasado domingo contra una casta de políticos serviles ante las demandas de banqueros y hombres de negocios corruptos (el evento ha coincidido con el escándalo sexual del presidente del FMI y virtual candidato a la presidencia francesa), han dotado de una nueva oportunidad al poder de inculpar cínicamente a los antisistema de sembrar la discrepancia en un país donde, al parecer, la transición, además de cerrar viejas heridas, liquidó la capacidad de disentir de sus ciudadanos.
            El miedo ya recorre los pasillos de las grandes corporaciones trasnacionales, de parlamentos y sedes de partidos políticos, de ese oscuro corredor donde se cobija el dios todopoderoso del sistema, quien rige con autocrática soberbia los designios de sus vasallos. Miles de españoles sin banderas políticas gritaron al unísono que estaban hastiados de mentiras, de medidas que raptan sus derechos conquistados en siglos pretéritos, que ya no confían ni en políticos ni en sindicatos, que “ya no hay pan para tanto chorizo”.
            Desde la sociedad civil se reclama un cambio, un giro radical e inmediato hacia una democracia real donde todos tengan la potestad de participar más allá de un voto dirigido cada cuatro años. Se ha tomado consciencia de la realidad en la que estamos insertos y ya sólo es necesario extender sus postulados al resto del cuerpo social, aún anquilosado en el conformismo larvado durante décadas de consumismo y mediocridad.
 Cuando existan más detractores del Sistema que paladines del mismo, la coartada de acusar de violentos a aquellos que no acepten los designios de esa obscura estructura piramidal de poder se verá deslegitimada por la evidencia. Entonces, serán ellos; los especuladores, los banqueros, los políticos sin escrúpulos, los explotadores, los sindicalistas, los periodistas serviles; los auténticos antisistema, esos elementos extraños en una organización verdaderamente democrática, libre e independiente.

lunes, 2 de mayo de 2011

La fiesta del parado

La fiesta internacional del trabajo va cobrando, con los años, visos de cierto elitismo en nuestro país. Las banderas rojas (ese color con tantas connotaciones ya desvaídas) que ondean al viento en las principales ciudades son sólo reminiscencias de lo que un día fue un verdadero movimiento sindical que defendía el presente y futuro de sus trabajadores. Ahora, la rutina, tanto en las formas como en el fondo, en la celebración de la efeméride se nos antoja como una vana hipocresía orquestada por unos líderes serviles que capitulan ante un gobierno afín y traicionan a su ciudadanía.
El día del trabajo es hoy más que nunca la jornada de la paradoja. La paradoja de unas cifras de desempleo que circundan los cinco millones de personas sin trabajo, una tasa insólita en nuestro país, y que sin embargo sólo suscita la indiferencia entre la población, demasiada ocupada por los numerosos y variopintos señuelos que jalonan los medios de comunicación.
En una semana hemos presenciado la prolongación de ese estado cataléptico alimentado por el mundo del fútbol y sus clásicos, que además ha servido para avivar odios enconados entre españoles en base a un nacionalismo rancio e irracional; la boda real del sucesor de una monarquía anquilosada en siglos pretéritos que sorprendentemente continúa sembrando la admiración de la plebe de todo el mundo; y la beatificación del que fuese sumo pontífice Juan Pablo II, en un acto de tintes grotescos por el empeño de elevar a la categoría de santo a un hombre que facilitó los abusos a menores del pederasta fundador de Los Legionarios de Cristo Marcial Maciel, amigo personal y principal baluarte de los grupos religiosos extremistas surgidos en torno a la figura de Juan Pablo II.
Todos ellos fenómenos que estimulan el fervor de las masas sin un mínimo componente de racionalidad y que tienden a encubrir las carencias reales que padece la sociedad. De hecho, la progresiva escalada de las cifras de paro ha pasado desapercibida entre tan imperante actualidad para el regocijo de los que se sienten responsables de tamaña debacle y que, sin embargo, persiguen con ahínco mantener el trono desde el que seguir manipulando y corrompiendo.
Al menos, la juventud se está percatando de que la situación les incumbe directamente y la convocatoria de diferentes movilizaciones, como la del próximo 15 de Mayo en todas las capitales de provincia del país coordinada por DemocraciaRealYa!, abren la esperanza de una reacción tardía aunque necesaria en la actual coyuntura. El 90% de lo que pierden empleo son menores de 35 años y el acceso a un puesto de trabajo se antoja cada vez más complicado y sujeto a condiciones precarias. La rebelión de los becarios del diario El Correo de Andalucía, los cuales se niegan a trabajar mientras sus compañeros contratados permanezcan en huelga, es una medida admirable que debe constituirse como un ejemplo a seguir.
Con tal panorama, es indudable que la celebración de este Primero de Mayo al que ya a nadie importa es superflua e hipócrita. Con un 21% de la población sin empleo, sería más práctico festejar el día del parado, por aquellos que ya padecen su cruda realidad y por aquellos otros que pasarán a engrosar las colas de la oficina estatal si nadie remedia esta catástrofe.