lunes, 18 de abril de 2011

España, potencia exportadora de muerte


La denominada ‘esfera pública de conocimiento’, inherente a toda sociedad democrática y compuesta por unos medios de comunicación libres e independientes, se erige (o pretende hacerlo) como un foro de discusión a partir del cual  abordar los problemas asociados al desempeño del poder en todas sus vertientes por parte del gobierno pertinente. Los problemas surgen cuando esta área de intercambio colectivo es parcialmente restringida en ciertos aspectos y de acuerdo a unos intereses ocultos. La ciudadanía queda, pues, desprovista de una información vital para conocer la realidad de la que forma parte, la naturaleza de la sociedad en la que queda inserta, la idoneidad de un sistema que cree justo y desinteresado.
Resulta paradójico, incluso desolador, constatar que tu país, donde los conceptos de democracia, desarrollo o respeto de los derechos humanos son blandidos cotidianamente como emblemas autoinmunes a su propia falsedad, se sitúa a la cabeza de las naciones exportadoras de armas a escala internacional, con socios receptores de la entidad de Irán, Marruecos, Argelia, Arabia Saudí o Libia. Precisamente este último, regentado desde hace décadas por un inefable tirano genocida, ha sido uno de los socios más fructíferos de la industria armamentística española, un crédito que ahora emplea el régimen dictatorial para sembrar el pánico entre los ciudadanos de Misrata con bombas de racimo de fabricación patria vendidas supuestamente antes de la adhesión a la convención por la que se prohibía la fabricación de este mortal explosivo.
España, con una economía en galopante recesión, con una cifras de desempleo en franca escalada que se ceban de forma especial con una juventud hipotecada hasta una lejana y artificialmente prologada jubilación, con todos los sectores productivos acosados por la amenaza de expedientes de regulación arbitrarios, con la certeza de que la crisis no es un hecho coyuntural de fácil solución ni salida inmediata; puede vanagloriarse de haber protagonizado un fulgurante crecimiento en la exportación de armas, cifrado en un 77% según datos del Ministerio de Industria, alcanzando una recaudación estimativa de más de 700 millones de euros en el primer semestre del pasado año.
El sentimiento de inferioridad congénito de la sociedad española ya tiene razones para desterrar viejos fantasmas y sentirse aglutinada en una élite de países que hacen del mercadeo de muerte un elemento más de su fascinante desarrollo económico. Tan sólo superan a España los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, gendarme global de la pervivencia de una ética acorde con el respeto a los derechos humanos y la defensa de la cultura de paz, así como Alemania y Holanda. 
Un sector, en definitiva, que elude las derivas perniciosas de la crisis y que se sostiene en los siempre serviles aunque interesados banqueros para su expansión transnacional. Un claro ejemplo de ellos es el holding armamentístico español Maxam (dedicado a explosivos civiles y deportivos, así como a Defensa, aunque se esfuercen en ocultarlo), eclosionado tras la reconversión de la centenaria Unión Española de Explosivos (UEE), el cual ha basado su crecimiento exponencial en los últimos años (tras una tentativa de quiebra) en la dotación del mayor préstamo sindicado de la historia del país por parte de las entidades BBVA, Banesto y Barclays, mientras que entre sus inversores cuenta con la participación (en torno al 22%) de Vista Capital (dominada por el Banco Santander) y de Inversiones Ibersuizas (27%). La más imperiosa actualidad lo sitúa, asimismo, entre los seis grandes beneficiados de la visita a China del voluntarioso Zapatero, junto a Gamesa, Santander, Indra o el grupo Antolín.
Al parecer, la muerte también se exporta, también se vende. Nuestro producto, ese que reporta pingües beneficios a las arcas públicas de nuestro país, asesina hoy día a centenares de libios inmersos en una Guerra Civil perpetrada por la irracionalidad de su particular villano, ese mismo que ayer fue un socio de provecho para Occidente. Al mismo tiempo, el pueblo argelino está siendo golpeado en su irresoluta revolución social con el material antidisturbios provisto por  nuestro gobierno, del mismo modo que niños inocentes quedaron mutilados por las minas suministradas a Irak, o familias palestinas enteras han sido desmembradas por la cruenta represión del opresor israelí, previamente atribulado con la avanzada tecnología ‘made in Spain’.
Debemos preguntarnos dónde quedó ese esperanzador proyecto denominado Alianza de la Civilizaciones, liderado por José Luís Rodríguez Zapatero y Recep Tayik Erdogan, primer ministro de Turquía (socio también de nuestra industria, la que probablemente hizo posible la matanza indiscriminada de kurdos). En qué oscuro cajón de las ilusiones perdidas quedó olvidado en virtud de la realpolitik más hipócrita y condenable. Adónde fue la conciencia de los hombres, sabedores del cínico juego que vertebra un mundo implacable e injusto.
La ciudadanía debe conocer. Pues los muertos que siembran los caminos del mundo no son sólo el resultado de un gatillo oprimido o una orden ejecutada. Aquellos que proveen a los asesinos y dictadores de las armas indispensables para asesinar, son también responsables directos de esta matanza diaria que asuela la humanidad. Hoy tiñe nuestras manos la sangre de los ciudadanos de Misrata, mañana será la de cualquier otro infeliz que se haya interpuesto en el mecánico engranaje de un sistema vicioso de oferta y demanda que concurre en un gigantesco mercado de bebidas carbonatadas, cepillos de dientes o bombas de racimo. Este, al fin, es nuestro mundo de miserias y dobles raseros morales.

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